FOTOTECA DEL MARQUÉS DE VISTABELLA DE GUATEMALA

Estas dos fotografías son obras del fotógrafo G. A. Hawley, sucesor del otro fotógrafo llamado W. C. Buchanan.

Ambos desarrollaron su arte en Guatemala, y las obras de Buchanan tienen como una de sus últimas fechas la del año de 1862.

Por esto, las dos fotos de Hawley que ahora reproduzco son posteriores a 1862.

En la primera vemos a un varón de las etnias de Guatemala, trabajando, y vestido con el traje típico Chorti, foto que ya publiqué en la página de Facebook de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos el 8 de mayo de este año, y que hoy lo vuelvo a hacer por las razones que expondré abajo.

Y en la segunda vemos a otro varón de las etnias de Guatemala, trabajando, y vestido quizás con el mismo traje típico Chorti, diferenciado con relación al anterior por las mangas de la camisa recogidas o semicortas.

Ambos trajes masculinos han llamado poderosamente mi atención el día de hoy, ya que hoy mismo he redescubierto un texto del capitán don Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, parte integral de su obra intitulada: Recordación Florida, cuyo motivo es narrar, historicistamente, todo lo referente al reino de Guatemala, según las observaciones e investigaciones realizadas por él en el año de 1686, y en años anteriores al mismo, puesto que en ese texto selecto él describe los trajes típicos corrientes y ceremoniales de los indígenas existentes en aquel tiempo en el valle del corregimiento en donde estaba situada la ciudad de Santiago de Guatemala (hoy la Antigua Guatemala) compuesto en ese tiempo por 77 pueblos numerosos, repartidos en nueve valles fecundos y provechosos, denominados así: Valle de Goathemala, Valle de Chimaltenango, Valle de Jilotepeque, Valle de Canales, Valle de Sacatepéquez, Valle de Mixco, Valle de las Mesas de Petapa, Valle de las Vacas y Valle de Alotemango.

He aquí la transcripción fiel de la narración aludida:

«los indios paisanos de estos valles descansadamente ricos y jamás por su actividad y laboriosa frecuencia necesitados. Son todos uniformemente bien proporcionados en la formación de sus cuerpos, fáciles y voltarios de natural, aunque domésticos y dóciles. Generalmente hábiles y sumamente industriosos en todo género de arte; conservan con tenacidad cuidadosa su propio antiguo uso, y así, ni más ni menos, en todo aquello que establecieron o dejaron erigido sus mayores, aunque reconozcan ser contra el adorno y uso político. En las costumbres y observaciones ceremoniosas todos son igualmente conformes: son muy dados al culto y veneración de los santos, en que emplean lo más que les rinde el tesón frecuente de sus inteligencias; lo restante absolutamente en vino, por ser generalmente manchados con el vicio y uso de la embriaguez, sin que pase entre ellos a ser infamia, antes sí estilo de suma y declarada bizarría. En el uso y contrato de sus matrimonios, se pactan y efectúan por el contrario estilo y dictamen de nuestra costumbre española; porque la desposada no lleva dote, más de saber trabajar en lo casero; antes sí el marido la compra a sus padres, sirviendo (como Jacob a Labán) por algún tiempo a los suegros para experimentarle y dándoles algunos dones estimables según su aprecio dellos, que para nosotros fueran ligeros y despreciables; siendo esto lo que en lo común y general se practica, que en lo particular también hay indios que generosamente nos imitan, dándoles a sus hijas buenas y considerables porciones de caudal en sus casamientos. Todos ellos, generalmente, en el día que reciben el augustísimo sagrado cuerpo de Cristo Señor nuestro Sacramentado, comen en estos días de comunión muy parcamente, dándose a la continencia y ayuno; enraman y vistosamente riegan de alegres y matizadas flores sus casas: no ejercitan, ni aún ligeramente, el trabajo en semejantes días; están sin salir de sus oratorios y sin comunicar aún los más cordiales de sus familias, y sólo se entregan a la soledad y al silencio. Si caminan, es ordinariamente llevando siempre consigo las mujeres, y cuando hacen el camino a caballo, van los varones montados, y las hembras a pie asidas a la cola de la cabalgadura. Mas esto no es, como algunos piensan por inutilidad indiscreta, ni por desprecio que hagan de las mujeres, sino por natural temor que ellas tienen a las cabalgaduras, o porque estén embarazadas o criando sus hijos, que siempre los portan consigo, de unos lugares en otros, envueltos en una manta y colgados a las espaldas. En los convites para las festividades de sus pueblos, no sé que haya nación que observe y estile la costumbre que en esta de los indios se vió y conservó desde el tiempo de su gentilidad, observando hasta hoy muchas torpezas de aquellos tiempos, en que sólo se entregaban a la gula, embriaguez y deshonestidades; porque lo que hoy se practica es, que si el pueblo de Amatitlán convida al de Petapa o al de San Cristóbal, que son sus inmediatos y amigos, éstos han de convidar para las de sus pueblos al de Amatitlán y le han de volver recíprocamente y con igualdad el convite; de tal suerte, que si en Amatitlán le dieron gallinas de la tierra, dulces de confitero, vino y otras cosas, aquello mismo les han de retribuir y ofrecer en sus mesas los convidantes, y esto de calidad abundante y crecido que hayan de comer a su satisfacción y llevar a sus casas; y cuando se falta en todo o en parte de ello, es agravio y duelo que dura entre ellos largo tiempo, y así indispensablemente lo estilan todos los de este valle y los de las demás provincias del Reino. En estas fiestas de sus pueblos, que son las de la advocación, danzan adornados de ricas y preciosas plumas, variedades de monedas, espejos y chalchiguites, llevando sobre sí inmenso e incomparable peso de estos adornos; siendo en esto, como en lo demás, incansables, porque danzan en los cementerios de las iglesias por el continuado curso de un día, y tras aquél otro, y las más veces por ocho sucesivos días, que es lo que suele durar la festividad de sus pueblos. Ordénanse sus danzas bailando en torno del que tañe el instrumento del tepunaguastle, que es un rústico instrumento músico, a la manera de un cofre, con unas angostas roturas a trechos, que sirven a la consonancia ambiente de las voces, como en los instrumentos nuestros los que llamamos lassos, y se toca a golpe de unas baquetillas de madera sólida, calzadas por los extremos de ule, que es una materia resinosa, de cuya calidad y virtudes trataremos más larga y cumplidamente. Danzan, pues, cantando alabanzas del santo que se celebra; pero en los bailes prohibidos cantaban las historias y hechos de sus mayores y de sus falsas y mentidas deidades. Son sumamente y con extremo confiados para con los españoles; porque, llegando a sus casas, abren y franquean la principal donde tienen sus oratorios, y se la dejan libre con todo el menaje que tienen dentro, y ellos están en casa aparte, pobremente desacomodada, en que ordinariamente viven; aunque todos, en la frecuencia de un patio y de una principal puerta, juzgando solo digno de habitar sus oratorios al español. Es nación que encanece tardísimo; en la duración de la vida cuentan prolijos, largos años; pero en las pestes mueren miserable y copiosamente sin excepción de edades, porque de ellos, como de los animales menos útiles, no hacen caso los superiores, que deben mirar por su conservación y aumento. La dentadura, firme y sólida, jamás la pierden. El fausto y regalo de sus personas es ninguno, y si con la ocasión que tienen de granjear lo que ganan no lo disiparan en el vino y pulque que beben, abundaran en crecidísima copia de caudal. Son grandísimos sufridores de la inclemencia y trabajo, y si fueran más dotados de espíritu ardiente hicieran, sin duda alguna, ventaja a todas las naciones del mundo, por el aguante y gran sufrimiento y tesón que tienen en el trabajo; porque al sol y al agua y hielos, sólo les cubre un miserable vestido de sutil y rota tela, de manta de algodón, que llaman tilma; no siendo otra cosa el vestido que una camisa de manta y calzoncillo de sayal, que en el rigor de las lluvias se les enjuga y seca en el cuerpo, por carecer de remuda, no teniendo para dormir, sobre el desnudo, frío y duro suelo, más cobertor que el de una corta y pobre fresadilla; pero con ella tienen por general costumbre cubrirse la cabeza, dejando desabrigados y descubiertos los pies (…)»